Mi abuela decía: “Ten entereza, hija mía” y en algunas ocasiones añadía la palabra serenidad. Mi abuela, con su sentido práctico de la vida no era una poetisa (aunque la dificultad que yo tenía para entender su recio castellano me pareciera una cuestión poética). Tenía muchos significados y carecía de significantes, por eso la palabra resiliencia no estaba en su vocabulario, aunque sí su mensaje. El principio básico de la vida es la incertidumbre ya que nos proporciona giros de guion inesperado que rompen nuestras expectativas, además de circunstancias difíciles, renuncias dolorosas, pérdidas devastadoras, etc. Para enfrentarse a estas situaciones mi abuela nos recordaba que lo más conveniente era echar mano de la entereza. Esta entereza que mi abuela proponía era, en realidad, la fortaleza de ánimo que se requiere para afrontar situaciones estresantes. Pero a esta sencilla receta, en ocasiones, también le añadía la palabra serenidad; el comportamiento sereno necesario para enfrentar emociones que te secuestran en los momentos duros y que te nublan tu capacidad de discernimiento, porque sabiendo que nada se vive sin emociones ni pensamientos, dominarlos, a veces, requiere tan solo una actitud serena. ¡Cuántas vueltas le damos a la cabeza!

En esta época en que estamos viviendo algo inédito para nosotros, pero no para generaciones pasadas, escuchamos continuamente la recomendación de afrontar lo que vivimos con resiliencia.

¿Qué es la resiliencia?

Con el término resiliencia se denomina en mecánica la capacidad de los materiales para volver a su estado anterior después de haber sido sometidos a presión y desaparecer la causa de esa la misma. De ahí la psicología adoptó esta palabra para explicar la capacidad que tenían las personas de sobreponerse a las situaciones estresantes. En general es eso, sobreponerse, dado que una persona no vuelve exactamente a su estado anterior, sino que gestiona las circunstancias para avanzar. De la explicación dada podemos salvar “volver al estado anterior” esto se puede aplicar, en el caso de las personas resilientes, a la habilidad para recobrar su equilibrio sicológico. Este es el punto en el que podemos centrarnos.

Claves de la resiliencia

Según Boris Cyrulnik, psiquiatra francés experto en el análisis de los procesos de resiliencia, necesitamos dos pilares para afianzar nuestra capacidad de resiliencia:

  • Afectividad (recibir actos de amor más allá de las palabras)
  • Narrativa (para dar sentido a lo sucedido con palabras)

El amor tiene diversas  facetas y es el motor que nos ayuda a construir nuestra autoestima (que merece otra entrada), pero aquí surge una dificultad; no sabemos ver y aceptar los actos de amor que vivimos cotidianamente: la comida que nos ofrece nuestra madre, la llamada telefónica de una amigo pidiéndonos consejo, el compañero que nos cuenta su fin de semana, el plan que nos propone nuestra pareja, la fiesta sorpresa que te preparan tus hijos. ¿Se darían todas esas acciones/conversaciones si no les importáramos? ¿Soy  capaz de ver en nuestra cotidianeidad pequeños actos de amor? ¿Qué puedo agradecer hoy que me ayude a entender esto?

Y de ahí nace nuestra narrativa, el diálogo que genero en mi interior y que determina como me veo en relación a lo que me rodea. Puedes elegir pertenecer a la tribu de los “calimeros”, aquel pollito de mi infancia que solo sabía lamentarse de lo injusta que era la vida con él o responder de modo responsable a  las situaciones.

Hay un bucle de pensamiento que tiene su origen en los niveles de afectividad que somos capaces de percibir.

“No me quieren – No importo – No aporto – No me quieren”.

La narrativa y la percepción de afecto se enredan.

No olvides que si eliges la postura “calimero” podrás sentirte sin responsabilidad en lo que sucede, víctima de tu entorno; en definitiva inocente pero sin capacidad de acción, sin capacidad de aprender porque te estás negando tu “valor”, niegas tu influencia en las circunstancias y por tanto “no aportas”

¿Qué hacer?

Todo cambio es un aprendizaje y todo aprendizaje un entrenamiento así que, si me lo permites, te propongo  algunas tareas para empezar a entrenarte.  

1.- Tarea Biografía de Logros

Dedícate un tiempo de soledad. Pon música que te agrade. Obsérvate con cariño y ubica ese aprecio en algún lugar de tu cuerpo con amabilidad, con dulzura. Ahora examina cómo ha sido tu vida desde tu infancia hasta el momento actual y contempla qué es lo que puedes reconocer con satisfacción. Luego escribe tu biografía recogiendo todo aquello que te hace sentir bien; lo que en su momento no supiste valorar, pero que ahora ya eres capaz de reconocer lo te aportó; rescata esa cualidad tuya que hizo posible un buen resultado. Ocúpate solo de lo que ves que te hiciera crecer. Y busca, busca, que quién busca encuentra.

2.- Diario de agradecimiento

Todos los días escribe en un cuaderno aquello qué puedes agradecer del día que has vivido. Esto entrenará tu mirada de aprecio y gestionará tu mirada crítica.

3.- Mapa de fortalezas

Es un ejercicio en el que necesitas la colaboración de tu entorno. Pide al menos a siete personas de tu entorno, y de ámbitos diferentes que te digan por escrito tres características de ti que valoren 

Y ya sabes, poco es mejor que nada y es mejor trabajar con objetivos realizables.

¡Animo! ¡A por ello!